lunes, 27 de mayo de 2013

Bayern Múnich se quedó con la 'Champions' tras vencer 2-1 a Borussia .

Arjen Robben, habituado a desaparecer en las finales, fue el héroe, al marcar el gol del triunfo.

Faltaba menos de un minuto de juego. El tiempo extra no solo era justiciero; también era muy probable. Solo un milagro o la presencia de un héroe en fuga podía romper ese 1-1 inquebrantable entre Bayern Múnich y Borussia Dortmund, en la final de equipos alemanes en la Liga de Campeones. Fue cuando Arjen Robben hizo su aparición estelar: como si el destino le tuviera preparada una redención por sus eternas derrotas en finales, fue el elegido para anotar el 2-1, el que le permitió al Bayern Múnich alzar su quinta Champions.
Robben celebró con furia. Su gol, con el cronómetro agonizando, fue definitivo. Lo gritó desafiante, mirando a las tribunas, a las cámaras, como si recordara fugazmente las finales de Champions que perdió, contra Chelsea, en el 2012 (en la que falló un penalti) e Inter (2010), y la del Mundial de Sudáfrica, contra España (falló un gol).

Este no había sido su gran juego. Era una figura ausente, que desperdició tres oportunidades de gol en el primer tiempo. Parecía una historia repetida: Robben y su habitual ausencia en los momentos claves. Además, Borussia era un rival atrevido, lleno de confianza y con su goleador, Lewandowski, inquietando, acechando constantemente.

El desconcierto inicial de Bayern parecía una estrategia para entusiasmar al rival y después sorprender su confianza. Así fue. Después del minuto 25, comenzó su bombardeo aéreo, cabezazos certeros de Mandzukic, Muller… También inició su ofensiva por tierra, con fallas inverosímiles en la definición de Robben.

Esa primera parte resultó intensa. Ni siquiera hubo tiempo de reposición. El descanso fue fugaz y la segunda parte comenzó con el mismo ritmo, con los arqueros convertidos en figuras y con goles.
Iban 14 minutos cuando Robben comenzó su redención: se juntó con Ribery y luego centró un pase justo para Mandzukic, que solo empujó la pelota y anotó el 1-0. Un golpe para el Dortmund que tampoco había estado fino en la definición. Pero duró unos 10 minutos el júbilo rojo, cuando Dante, el central del Múnich, le pegó una patada descarada, aunque no impune, a Reus. Penalti, que anotó Gundogan. Fue el 1-1, que se prolongaba eternamente.

Y cuando ya nadie presagiaba una aparición heroica –y menos de Robben–, el holandés encontró su gol: entró al área y se llevó la pelota, a tacón de Ribery, pasó entre dos marcadores y engañó al portero Weidenfeller con un toque sutil, algo incómodo. Definió con la simpleza de siempre, pero con la eficacia que había estado ausente en sus finales.

Con el último pitazo, Robben cayó de rodillas; sus ojos brillaron conmovidos, emocionados. El ‘10’ de cabeza rapada encontró su redención y por eso su festejo fue inconmensurable, porque no solo le dio la Champions al Bayern Múnich, sino que, por fin, él fue el héroe. Fue el ganador.

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